Genialidad y locura son dos palabras paralelas, dos estados
emparentados, corren juntos hacia puntos imprecisos, hacia metas inconcebibles
cuando se desprenden de su ignoto e invisible aposento, para cada una, desde la
cima o el abismo, crear o destruir. Los genios pueden estar locos, pero no
necesariamente los locos son genios.
¿De dónde procede esta energía que enerva la capacidad cognitiva
y la sensibilidad creadora? ¿Qué extraño numen se apodera del espíritu del
artista o del científico para conducirlo por caminos, a veces tortuosos y
sombríos, por donde nadie ha transitado anteriormente?
La conducta excéntrica, las estrafalarias expresiones de los
genios o individuos con personalidades creadoras motiva cierta desconfianza
entre los integrantes de la masa. Algunas consideraciones sobre su
comportamiento han permitido establecer ciertos patrones para a partir de los
cuales intentar una definición, una gradación, pero el genio con su carga de
locura a cuestas, está más allá de las enunciaciones.
Al parecer la desestabilización se desliza con cierta holgura y
solvencia entre aquellos que se dedican a las actividades literarias, según la
opinión del psiquiatra y antropólogo francés Philippe Brenot en su libro El
Genio y la Locura.
Destaca además del especialista la inclinación hacia esos
estados extremos de los pintores, cuya aproximación al universo fantástico de
los colores y las formas, socavan algo de su nivel medio de cordura.
Cita Brenot a André Maurois en su libro Tierra de Promisión cuando
hace decir a unos de sus personajes, abordado por el psiquiatra en una sesión,
“Entonces, doctor, ¿según usted todos los novelistas, hombres y mujeres, son
unos neuróticos”? El facultativo le responde en el siguiente tenor: “Para ser
más exactos, todos serían unos neuróticos si no fueran novelistas… La neurosis
hace al artista y el arte cura la neurosis”.
Ya desde los tiempos antiguos, Aristóteles por ejemplo, se decía
que el hombre genial es atrapado por las garras de la melancolía, desgarran su
ser con el tóxico perfume de la tristeza, de la sumisión al pesimismo y al
abandono.
El sabio griego se ha preguntado con frecuencia por qué los
hombres (y agregó yo mujeres) excepcionales, de talento, de genio son atacados
por la melancolía. A esta idea se acercó también Diderot al considerar a los
individuos brillantes unos descentrados, excéntricos, inestables y obsesionados
por su obra, muy cercanos, asomados casi a los balcones de la locura.
¿Es entonces la genialidad un acercamiento a los efluvios
divinos o a las íntimas pulsiones de un cosmos inconcebible, vasto y eterno?
¿Es una forma de delirio, de encuentro con las fuerzas primigenias de la
creación?
En el aspecto patológico más mundano debemos recordar los males
que aquejaron a los grandes personajes, como por ejemplo: la nefritis padecida
por Mozart, el reuma de Cristóbal Colón, la ceguera de John Milton, los
vértigos de Lucero, la dermatosis de Oscar Wilde, el parkinson de Hitler, el
asma de Séneca, la anorexia de Kafka, la epilepsia de Dostoyevski, la
hidropesía de Cervantes, el alzheimer de Swift y la dislexia de Charles
Dickens.
Individuos de esta talla, de este nivel padecieron como
cualquier otro de males comunes a la masa humana. Sus cuerpos eran asaetados
por la virulencia de la decadencia de sus organismos, quizás acosados por la
intensa vibración de sus cerebros y la desestabilización de su alma, pero igual
que un carbonero o un funcionario, se derrumbaban por la pesada carga de
dolencias.
Sin embargo, nada de esto puede delinear el alcance de la obra
de cada uno de ellos. Sus vidas, disímiles y en algunas ocasiones antagónicas,
lograron dejar una impronta indeleble. Múltiples dispositivos debieron ser
eslabonados por fuerzas más allá del conocimiento de la plebe, allende los
horizontes celestes donde nacen las estrellas y se desencadenan las galaxias.
Ninguna de las obras de los ejemplos arriba mencionados puede
explicar la procedencia del genio porque el edificio de su inteligencia ha sido
estructurado con materia desconocida, con ladrillos de densidad ignota.
Tal vez los trastornos del humor inoculen elementos de
combustión que movilicen la creatividad. Es un misterio al que ha podido
acercarse la psiquiatría y el psicoanálisis. Sus asociaciones, sus actos, sus
olvidos, sus descuidos pueden esconder un lenguaje secreto con el que se puede
comunicar con las distantes nebulosas para explicarles los signos que un
cangrejo deja sobre la arena.
Los genios son locos, según se animan a decir algunos, pero
también son poetas, magos, profetas, pintores, inventores, músicos, políticos,
aventureros, escritores. Reconocemos en personajes como Van Gogh, Nietzche,
Hemingway, Poe, Mozart y tantos otros la opacidad de la alienación, pero
también la chispa de la agudeza y la originalidad.
¿Alguno de los mencionados en el párrafo anterior escapó indemne
de la existencia material? ¿Acaso nos es desconocida la psicosis de Vang Gogh,
la paranoia de Hemingway, la neurosis de Poe, los trastornos bipolares de
Mozart?
Entonces, parece ser que la intuición de Aristóteles se
encuentra cerca de la explicación, porque a todo genio le es afín una
excentricidad, pero también un padecimiento espiritual, una disociación de
aquellos que las menos complejas criaturas llamamos normalidad.
Al reflexionar sobre los escritores podríamos encontrar algunas
condiciones que identifican su nivel de evasión. Muchos utilizan seudónimos
(Pablo Neruda, George Sand, Anatole France, Gabriela Mistral y muchos otros).
Con ellos se identifican con un summun ego, dejando atrás el cascarón de un yo
contaminado por las terrestres influencias. El escritor se alumbra a si mismo a
partir del lenguaje, de su relación con este complejo sistema de signos de
comunicación y encuentra en el seudónimo una forma de ser su propio progenitor,
su propio origen, su creador.
¿Será la literatura algo prohibido para los seres comunes y
corrientes, será una especie de arcón misterioso donde se esconden las
tenebrosas vibraciones de la malignidad y las esplendentes formas de lo
arcangélico?
Nos atendremos a las críticas que sobre este texto se abalancen.
No obstante, los hechos demuestran la locura de los genios, más no así la
genialidad de los locos.
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