26 may 2013

¿GENIOS O LOCOS?



Genialidad y locura son dos palabras paralelas, dos estados emparentados, corren juntos hacia puntos imprecisos, hacia metas inconcebibles cuando se desprenden de su ignoto e invisible aposento, para cada una, desde la cima o el abismo, crear o destruir. Los genios pueden estar locos, pero no necesariamente los locos son genios.
¿De dónde procede esta energía que enerva la capacidad cognitiva y la sensibilidad creadora? ¿Qué extraño numen se apodera del espíritu del artista o del científico para conducirlo por caminos, a veces tortuosos y sombríos, por donde nadie ha transitado anteriormente?
La conducta excéntrica, las estrafalarias expresiones de los genios o individuos con personalidades creadoras motiva cierta desconfianza entre los integrantes de la masa. Algunas consideraciones sobre su comportamiento han permitido establecer ciertos patrones para a partir de los cuales intentar una definición, una gradación, pero el genio con su carga de locura a cuestas, está más allá de las enunciaciones.
Al parecer la desestabilización se desliza con cierta holgura y solvencia entre aquellos que se dedican a las actividades literarias, según la opinión del psiquiatra y antropólogo francés Philippe Brenot en su libro El Genio y la Locura.
Destaca además del especialista la inclinación hacia esos estados extremos de los pintores, cuya aproximación al universo fantástico de los colores y las formas, socavan algo de su nivel medio de cordura.
Cita Brenot a André Maurois en su libro Tierra de Promisión cuando hace decir a unos de sus personajes, abordado por el psiquiatra en una sesión, “Entonces, doctor, ¿según usted todos los novelistas, hombres y mujeres, son unos neuróticos”? El facultativo le responde en el siguiente tenor: “Para ser más exactos, todos serían unos neuróticos si no fueran novelistas… La neurosis hace al artista y el arte cura la neurosis”.
Ya desde los tiempos antiguos, Aristóteles por ejemplo, se decía que el hombre genial es atrapado por las garras de la melancolía, desgarran su ser con el tóxico perfume de la tristeza, de la sumisión al pesimismo y al abandono.
El sabio griego se ha preguntado con frecuencia por qué los hombres (y agregó yo mujeres) excepcionales, de talento, de genio son atacados por la melancolía. A esta idea se acercó también Diderot al considerar a los individuos brillantes unos descentrados, excéntricos, inestables y obsesionados por su obra, muy cercanos, asomados casi a los balcones de la locura.
¿Es entonces la genialidad un acercamiento a los efluvios divinos o a las íntimas pulsiones de un cosmos inconcebible, vasto y eterno? ¿Es una forma de delirio, de encuentro con las fuerzas primigenias de la creación?
En el aspecto patológico más mundano debemos recordar los males que aquejaron a los grandes personajes, como por ejemplo: la nefritis padecida por Mozart, el reuma de Cristóbal Colón, la ceguera de John Milton, los vértigos de Lucero, la dermatosis de Oscar Wilde, el parkinson de Hitler, el asma de Séneca, la anorexia de Kafka, la epilepsia de Dostoyevski, la hidropesía de Cervantes, el alzheimer de Swift y la dislexia de Charles Dickens.
Individuos de esta talla, de este nivel padecieron como cualquier otro de males comunes a la masa humana. Sus cuerpos eran asaetados por la virulencia de la decadencia de sus organismos, quizás acosados por la intensa vibración de sus cerebros y la desestabilización de su alma, pero igual que un carbonero o un funcionario, se derrumbaban por la pesada carga de dolencias.
Sin embargo, nada de esto puede delinear el alcance de la obra de cada uno de ellos. Sus vidas, disímiles y en algunas ocasiones antagónicas, lograron dejar una impronta indeleble. Múltiples dispositivos debieron ser eslabonados por fuerzas más allá del conocimiento de la plebe, allende los horizontes celestes donde nacen las estrellas y se desencadenan las galaxias.
Ninguna de las obras de los ejemplos arriba mencionados puede explicar la procedencia del genio porque el edificio de su inteligencia ha sido estructurado con materia desconocida, con ladrillos de densidad ignota.
Tal vez los trastornos del humor inoculen elementos de combustión que movilicen la creatividad. Es un misterio al que ha podido acercarse la psiquiatría y el psicoanálisis. Sus asociaciones, sus actos, sus olvidos, sus descuidos pueden esconder un lenguaje secreto con el que se puede comunicar con las distantes nebulosas para explicarles los signos que un cangrejo deja sobre la arena.
Los genios son locos, según se animan a decir algunos, pero también son poetas, magos, profetas, pintores, inventores, músicos, políticos, aventureros, escritores. Reconocemos en personajes como Van Gogh, Nietzche, Hemingway, Poe, Mozart y tantos otros la opacidad de la alienación, pero también la chispa de la agudeza y la originalidad.
¿Alguno de los mencionados en el párrafo anterior escapó indemne de la existencia material? ¿Acaso nos es desconocida la psicosis de Vang Gogh, la paranoia de Hemingway, la neurosis de Poe, los trastornos bipolares de Mozart?
Entonces, parece ser que la intuición de Aristóteles se encuentra cerca de la explicación, porque a todo genio le es afín una excentricidad, pero también un padecimiento espiritual, una disociación de aquellos que las menos complejas criaturas llamamos normalidad.
Al reflexionar sobre los escritores podríamos encontrar algunas condiciones que identifican su nivel de evasión. Muchos utilizan seudónimos (Pablo Neruda, George Sand, Anatole France, Gabriela Mistral y muchos otros). Con ellos se identifican con un summun ego, dejando atrás el cascarón de un yo contaminado por las terrestres influencias. El escritor se alumbra a si mismo a partir del lenguaje, de su relación con este complejo sistema de signos de comunicación y encuentra en el seudónimo una forma de ser su propio progenitor, su propio origen, su creador.
¿Será la literatura algo prohibido para los seres comunes y corrientes, será una especie de arcón misterioso donde se esconden las tenebrosas vibraciones de la malignidad y las esplendentes formas de lo arcangélico?
Nos atendremos a las críticas que sobre este texto se abalancen. No obstante, los hechos demuestran la locura de los genios, más no así la genialidad de los locos.


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