La distinción de sexos se estableció con base en la
naturaleza biológica de la mujer, la cual se caracterizaba por una serie de
factores patógenos que la colocaba en un plano de inferioridad, psicológica y
social, estigmatizándola como el ‘sexo débil’.
Analizar los discursos y las prácticas sobre la locura femenina
significa adentrarnos al estudio de la ciencia y su relación con otras
categorías de análisis como las de género, raza y clase; pues, la ciencia
médica psiquiátrica contribuyó de manera directa a definir la posición social
de cada uno de los sexos y de cada grupo social, con base en postulados
científicos.
Ya que las patologías sociales sirvieron a las clases
dirigentes y letradas de los regímenes del porfiriato y posrevolucionario para
racionalizar su separación moral y racial de las clases bajas.
Ubicados historiográficamente en la denominada Nueva
Historia de la Mujer, nuestro principal objetivo es escribir una historia de
las mujeres en la que se haga visible la experiencia colectiva del sexo
femenino en toda su complejidad. Lejos de limitarnos a la visión de las mujeres
como las eternas víctimas del orden patriarcal, lo que buscamos es hacer una
historia de las mujeres que nos permita entender el papel asignado a éstas a
finales de siglo XIX y principios del XX; pero al mismo tiempo, ver la manera
en que respondieron ante la visión que los médicos tenían de su sexo.
El Manicomio General de La Castañeda, nos permite conocer más
sobre el entorno normativo y cotidiano en el que vivieron aquellas mujeres
cuyos comportamientos fuera del orden moral y social, las llevó a ser
clasificadas como locas. Aquéllas que rechazaron ,no sabemos si consciente o
inconscientemente- el estereotipo femenino que las clases dominantes les imponían.
Se trataba de mujeres en su mayoría pertenecientes a la clase baja, quienes
trabajaban como domésticas, lavanderas, cocineras, costureras, prostitutas, etc.;
la mayoría originarias del campo, y que había crecido en torno a una serie de
valores muy distintos a los urbanos; de ahí sus actitudes y comportamiento
fuera de las normas de conducta socialmente aceptadas. Ante ello,eran
fácilmente catalogadas como criminales, locas o enfermas mentales, dentro de
una sociedad y un régimen que mostraba evidentes divergencias entre las normas
de conductas instituidas y la realidad social de éstas.
En este sentido, el
grado de representatividad de este tipo de mujeres es significativo, al tratarse
de mujeres pertenecientes a las clases más desprotegidas, por su condición
económica y social; siendo la miseria, la ignorancia, y su condición de
migrantes; que junto a sus conductas transgresoras -muchas de ellas eran
prostitutas, alcohólicas, insensatas, rebeldes e indisciplinadas-; las colocaba
en una doble situación de marginación social; ya que no sólo rompían con las
pautas de comportamientos propios de su género, sino con el programa de reforma
social perseguido por el Estado.
Hacer historia de las
mujeres ya es un reto, pero descubrir la historia de las mujeres transgresoras
de clase baja, es un doble reto ante la escasez de fuentes, pues cómo dejar
registro o testimonio de aquellas mujeres que se alejaban del modelo imperante.
Siendo las historias clínicas del Manicomio General de La Castañeda, una de las
pocas fuentes en las que se dejó testimonio sobre una realidad aún poco
estudiada, el de las mujeres que optaron por un patrón de conducta muy distinto
al deber ser de la época, para mostrarnos a aquellas mujeres transgresoras que
al traspasar los límites de la razón, fueron colocadas en el ámbito de la
locura y la enfermedad.
Nos ubicamos en un contexto histórico en el que la ciudad vivió
grandes transformaciones, entre ellas el proceso de urbanización - que junto al
el crecimiento de población, el nacimiento dela industria y la aparición de una
clase burguesa y un proletariado urbano-, llevaría al reforzamiento de las
ideas de orden y paz enarboladas por el régimen de Porfirio Díaz como requisitos
previos para el progreso. De este modo, el Estado y algunos profesionales de la
medicina cercanos a la política, buscaron afanosamente transformar al país en
un espacio sano, cómodo y limpio, y a sus habitantes en individuos saludables,
disciplinados, trabajadores y fieles a la nación.
Durante el porfiriato se crearon más de quince sociedades
científicas en las que se reunieron estudiosos de diversas especialidades; se
fundaron los dos primeros institutos dedicados a la investigación: el Instituto
Médico Nacional (1888), y el Instituto Geológico (1891). Junto al fortalecimiento
de las instituciones médicas se fue dando la proliferación de revistas
científicas relacionadas con alguna rama
de la medicina, lo cual apuntaba hacia el hecho de que los profesionales de la
medicina se encontraban en un proceso mediante el cual pretendían monopolizar
su práctica médica. Es importante subrayar que algunos de los médicos con mayor
prestigio durante el porfiriato mantenían estrechas ligas con el poder político,
tal y como lo ilustra el caso del doctor Eduardo Liceaga, presidente del
Consejo Superior de Salubridad, y médico de cabecera de Porfirio Díaz.
Durante esos mismo años algunos actores de la profesión
médica llegaron a ocupar un lugar de primera importancia en el diseño y
ejecución de los planes y proyectos gubernamentales para fomentar e impulsar el
desarrollo nacional, la participación de médicos e higienistas en la plantación,
construcción y supervisión de grandes obras de infraestructura sanitaria como,
por ejemplo, el desagüe del valle de la ciudad de México; la redacción y
emisión del primer Código Sanitario de los Estados Unidos Mexicanos (1889), así
como la creciente importancia que adquirieron los hospitales, centros de
atención médica, y los laboratorios, son tan sólo algunos factores que es
preciso tomar en cuenta.
El mayor peligro para la salud y para la estabilidad del
orden social radicaba en los hábitos y costumbres de aquéllos que no cumplían
con el ideal de ciudadano, los integrantes de la clase pobre y marginada,
quienes eran vistos como portadores de todo tipo de gérmenes biológicos y sociales.
Por ello, representaban un peligro para el resto de la población y la futura
nación, de modo que era necesario educarlos, curarlos física y moralmente, civilizarlos
mediante su integración a los valores y prácticas del progreso.
Después de la revolución de 1910 y el derrocamiento de la dictadura,
se vivió un ambiente de anarquía y violencia, de modo que los gobiernos
posrevolucionarios reforzaron las medidas adoptadas en el porfiriato, mediante
patrones de normalidad y de uniformidad avalados por la medicina, la
antropología, la criminología y la demografía.
En este sentido, en México la higiene física y moral tuvo un
papel importante durante el porfiriato y continuó al terminar la fase armada
del conflicto revolucionario. El espacio ocupado por la higiene se amplió al
considerársele no sólo como un instrumento para mejorar las condiciones
sanitarias y la salud física de la población sino también como un medio para
combatir todos aquellos males considerados como ³patologías sociales´, entre ellos:
la pobreza, la vagancia,las enfermedades físicas y mentales, la prostitución,
el alcoholismo, etc.
En este contexto, La Castañeda fue uno de los escenarios de
exclusión y reclusión de aquellas clases peligrosas e incómodas; en este
sentido, su historia representa una cierta visión estatista compartida por los
regímenes pre y posrevolucionarios, que es sólo uno de varios hilos de continuidad
a través de lo que hemos solido considerar el enorme cisma social, cultural y
político de 1910-1925
El control femenino
Desde el periodo colonial se fueron creando instituciones y
regulando prácticas sociales asociadas a la vigilancia y castigo de los
comportamientos que trasgredían el tipo de orden social imperante. Entre éstas
queremos destacar, aquéllas encargadas de vigilar y controlar el comportamiento
femenino. Los hospitales para mujeres en la época Colonia, jugaron un papel fundamental
como un espacio de asilamiento y castigo de aquéllas mujeres que sufrían algún problema
venéreo o mental, con la finalidad de evitar el contagio no sólo físico sino
social, o que vagaran por las calles, ya esto suponía una falta a la moral y
mal ejemplo a los demás. En este sentido el nosocomio colonial fundado y
manejado por órdenes religiosas, fungió más que una institución médica o
sanitaria, como un espacio de refugio y cárcel, al tener la obligatoriedad de vigilar
la conducta enfermiza´ femenina. El hospital colonial operaba bajo principios
caritativos, fungía como un hospicio para aquéllas mujeres ³desamparadas´ que
no tenían ni donde morir a bien; de ahí que, desde el siglo XVIII, hubiesen
surgido los recogimientos como instituciones de corrección para mujeres
delincuentes. Éstas al traspasar el ideal femenino de la época, eran castigadas
bajo el discurso de la piedad y el amor; en estos lugares se les proporcionaban
los medios para arrepentirse de la vida disoluta y pecaminosa que habían
llevado, para iniciar una nueva de devoción y penitencia.
Para mediados del siglo XIX los hospitales para mujeres
adquieren un carácter científico, al convertirse en laboratorios de la práctica
clínica y la enfermedad; en los cuales las mujeres recibirían tratamiento y curación; pero no
por ello dejarían su carácter de prisión. En esta nueva concepción y con la
preeminencia de nuevos actores -doctores, higienistas y legisladores podemos
ver el lugar social que jugaría la medicina, la cual más allá de sus
intenciones curativas, predomina su tradicional papel en el reforzamiento del
orden y la moral.
En este sentido, desde una postura cientificista se
articularon una serie de conocimientos y leyes biológicas para crear un
"utillaje" normativo hacia los comportamientos masculinos y femeninos,
y que el discurso hegemónico liberal hizo suyos para justificar el lugar social
de la mujer en los roles del matrimonio, la familia y el hogar.
Desde los siglos XVII y XVIII los espacios femeninos por
excelencia fueron los del encierro y reclutamiento del hogar, en el mejor de
los casos; y para las transgresoras y desamparadas
los conventos, hospitales, hospicios y casa de recogidas. Estos
establecimientos fueron evolucionando a través del siglo XIX hasta convertirse
en instituciones correctivas de carácter laico y científico´.
El encierro de las mujeres transgresoras no es un hecho
nuevo, tiene sus orígenes en los siglos
XVII y XVIII. Para los siglos XIX y XX sólo cambian las bases conceptuales que
legitiman el encierro, en un contexto epistemológico en el que la ciencia y la
razón proporcionaron los elementos al nuevo discurso normativo, a través de la
medicina científica clínica, la terapéutica que promete curación. Pero finalmente,
ambas versiones históricas representan el encierro como el castigo a los que
desobedecen; en la moderna, la pobreza y la transgresión siguieron siendo las principales
causas del internamiento correctivo.
FRAGMENTO : http://148.206.53.231/UAMI14151.PDF
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