26 may 2013

MUJERES LOCAS EN LA HISTORIA DE MÉXICO



La distinción de sexos se estableció con base en la naturaleza biológica de la mujer, la cual se caracterizaba por una serie de factores patógenos que la colocaba en un plano de inferioridad, psicológica y social, estigmatizándola como el ‘sexo débil’.
Analizar los discursos y las prácticas sobre la locura femenina significa adentrarnos al estudio de la ciencia y su relación con otras categorías de análisis como las de género, raza y clase; pues, la ciencia médica psiquiátrica contribuyó de manera directa a definir la posición social de cada uno de los sexos y de cada grupo social, con base en postulados científicos.

Ya que las patologías sociales sirvieron a las clases dirigentes y letradas de los regímenes del porfiriato y posrevolucionario para racionalizar su separación moral y racial de las clases bajas.
Ubicados historiográficamente en la denominada Nueva Historia de la Mujer, nuestro principal objetivo es escribir una historia de las mujeres en la que se haga visible la experiencia colectiva del sexo femenino en toda su complejidad. Lejos de limitarnos a la visión de las mujeres como las eternas víctimas del orden patriarcal, lo que buscamos es hacer una historia de las mujeres que nos permita entender el papel asignado a éstas a finales de siglo XIX y principios del XX; pero al mismo tiempo, ver la manera en que respondieron ante la visión que los médicos tenían de su sexo.
El Manicomio General de La Castañeda, nos permite conocer más sobre el entorno normativo y cotidiano en el que vivieron aquellas mujeres cuyos comportamientos fuera del orden moral y social, las llevó a ser clasificadas como locas. Aquéllas que rechazaron ,no sabemos si consciente o inconscientemente- el estereotipo femenino que las clases dominantes les imponían. Se trataba de mujeres en su mayoría pertenecientes a la clase baja, quienes trabajaban como domésticas, lavanderas, cocineras, costureras, prostitutas, etc.; la mayoría originarias del campo, y que había crecido en torno a una serie de valores muy distintos a los urbanos; de ahí sus actitudes y comportamiento fuera de las normas de conducta socialmente aceptadas. Ante ello,eran fácilmente catalogadas como criminales, locas o enfermas mentales, dentro de una sociedad y un régimen que mostraba evidentes divergencias entre las normas de conductas instituidas y la realidad social de éstas.

 En este sentido, el grado de representatividad de este tipo de mujeres es significativo, al tratarse de mujeres pertenecientes a las clases más desprotegidas, por su condición económica y social; siendo la miseria, la ignorancia, y su condición de migrantes; que junto a sus conductas transgresoras -muchas de ellas eran prostitutas, alcohólicas, insensatas, rebeldes e indisciplinadas-; las colocaba en una doble situación de marginación social; ya que no sólo rompían con las pautas de comportamientos propios de su género, sino con el programa de reforma social perseguido por el Estado.
 Hacer historia de las mujeres ya es un reto, pero descubrir la historia de las mujeres transgresoras de clase baja, es un doble reto ante la escasez de fuentes, pues cómo dejar registro o testimonio de aquellas mujeres que se alejaban del modelo imperante. Siendo las historias clínicas del Manicomio General de La Castañeda, una de las pocas fuentes en las que se dejó testimonio sobre una realidad aún poco estudiada, el de las mujeres que optaron por un patrón de conducta muy distinto al deber ser de la época, para mostrarnos a aquellas mujeres transgresoras que al traspasar los límites de la razón, fueron colocadas en el ámbito de la locura y la enfermedad.
Nos ubicamos en un contexto histórico en el que la ciudad vivió grandes transformaciones, entre ellas el proceso de urbanización - que junto al el crecimiento de población, el nacimiento dela industria y la aparición de una clase burguesa y un proletariado urbano-, llevaría al reforzamiento de las ideas de orden y paz enarboladas por el régimen de Porfirio Díaz como requisitos previos para el progreso. De este modo, el Estado y algunos profesionales de la medicina cercanos a la política, buscaron afanosamente transformar al país en un espacio sano, cómodo y limpio, y a sus habitantes en individuos saludables, disciplinados, trabajadores y fieles a la nación.
Durante el porfiriato se crearon más de quince sociedades científicas en las que se reunieron estudiosos de diversas especialidades; se fundaron los dos primeros institutos dedicados a la investigación: el Instituto Médico Nacional (1888), y el Instituto Geológico (1891). Junto al fortalecimiento de las instituciones médicas se fue dando la proliferación de revistas científicas  relacionadas con alguna rama de la medicina, lo cual apuntaba hacia el hecho de que los profesionales de la medicina se encontraban en un proceso mediante el cual pretendían monopolizar su práctica médica. Es importante subrayar que algunos de los médicos con mayor prestigio durante el porfiriato mantenían estrechas ligas con el poder político, tal y como lo ilustra el caso del doctor Eduardo Liceaga, presidente del Consejo Superior de Salubridad, y médico de cabecera de Porfirio Díaz.
Durante esos mismo años algunos actores de la profesión médica llegaron a ocupar un lugar de primera importancia en el diseño y ejecución de los planes y proyectos gubernamentales para fomentar e impulsar el desarrollo nacional, la participación de médicos e higienistas en la plantación, construcción y supervisión de grandes obras de infraestructura sanitaria como, por ejemplo, el desagüe del valle de la ciudad de México; la redacción y emisión del primer Código Sanitario de los Estados Unidos Mexicanos (1889), así como la creciente importancia que adquirieron los hospitales, centros de atención médica, y los laboratorios, son tan sólo algunos factores que es preciso tomar en cuenta.
El mayor peligro para la salud y para la estabilidad del orden social radicaba en los hábitos y costumbres de aquéllos que no cumplían con el ideal de ciudadano, los integrantes de la clase pobre y marginada, quienes eran vistos como portadores de todo tipo de gérmenes biológicos y sociales. Por ello, representaban un peligro para el resto de la población y la futura nación, de modo que era necesario educarlos, curarlos física y moralmente, civilizarlos mediante su integración a los valores y prácticas del progreso.
Después de la revolución de 1910 y el derrocamiento de la dictadura, se vivió un ambiente de anarquía y violencia, de modo que los gobiernos posrevolucionarios reforzaron las medidas adoptadas en el porfiriato, mediante patrones de normalidad y de uniformidad avalados por la medicina, la antropología, la criminología y la demografía.

En este sentido, en México la higiene física y moral tuvo un papel importante durante el porfiriato y continuó al terminar la fase armada del conflicto revolucionario. El espacio ocupado por la higiene se amplió al considerársele no sólo como un instrumento para mejorar las condiciones sanitarias y la salud física de la población sino también como un medio para combatir todos aquellos males considerados como ³patologías sociales´, entre ellos: la pobreza, la vagancia,las enfermedades físicas y mentales, la prostitución, el alcoholismo, etc.
En este contexto, La Castañeda fue uno de los escenarios de exclusión y reclusión de aquellas clases peligrosas e incómodas; en este sentido, su historia representa una cierta visión estatista compartida por los regímenes pre y posrevolucionarios, que es sólo uno de varios hilos de continuidad a través de lo que hemos solido considerar el enorme cisma social, cultural y político de 1910-1925
El control femenino
Desde el periodo colonial se fueron creando instituciones y regulando prácticas sociales asociadas a la vigilancia y castigo de los comportamientos que trasgredían el tipo de orden social imperante. Entre éstas queremos destacar, aquéllas encargadas de vigilar y controlar el comportamiento femenino. Los hospitales para mujeres en la época Colonia, jugaron un papel fundamental como un espacio de asilamiento y castigo de aquéllas mujeres que sufrían algún problema venéreo o mental, con la finalidad de evitar el contagio no sólo físico sino social, o que vagaran por las calles, ya esto suponía una falta a la moral y mal ejemplo a los demás. En este sentido el nosocomio colonial fundado y manejado por órdenes religiosas, fungió más que una institución médica o sanitaria, como un espacio de refugio y cárcel, al tener la obligatoriedad de vigilar la conducta enfermiza´ femenina. El hospital colonial operaba bajo principios caritativos, fungía como un hospicio para aquéllas mujeres ³desamparadas´ que no tenían ni donde morir a bien; de ahí que, desde el siglo XVIII, hubiesen surgido los recogimientos como instituciones de corrección para mujeres delincuentes. Éstas al traspasar el ideal femenino de la época, eran castigadas bajo el discurso de la piedad y el amor; en estos lugares se les proporcionaban los medios para arrepentirse de la vida disoluta y pecaminosa que habían llevado, para iniciar una nueva de devoción y penitencia.


Para mediados del siglo XIX los hospitales para mujeres adquieren un carácter científico, al convertirse en laboratorios de la práctica clínica y la enfermedad; en los cuales las mujeres  recibirían tratamiento y curación; pero no por ello dejarían su carácter de prisión. En esta nueva concepción y con la preeminencia de nuevos actores -doctores, higienistas y legisladores podemos ver el lugar social que jugaría la medicina, la cual más allá de sus intenciones curativas, predomina su tradicional papel en el reforzamiento del orden y la moral.
En este sentido, desde una postura cientificista se articularon una serie de conocimientos y leyes biológicas para crear un "utillaje" normativo hacia los comportamientos masculinos y femeninos, y que el discurso hegemónico liberal hizo suyos para justificar el lugar social de la mujer en los roles del matrimonio, la familia y el hogar.
Desde los siglos XVII y XVIII los espacios femeninos por excelencia fueron los del encierro y reclutamiento del hogar, en el mejor de los casos; y para las transgresoras y  desamparadas los conventos, hospitales, hospicios y casa de recogidas. Estos establecimientos fueron evolucionando a través del siglo XIX hasta convertirse en instituciones correctivas de carácter laico y científico´.
El encierro de las mujeres transgresoras no es un hecho nuevo, tiene sus orígenes  en los siglos XVII y XVIII. Para los siglos XIX y XX sólo cambian las bases conceptuales que legitiman el encierro, en un contexto epistemológico en el que la ciencia y la razón proporcionaron los elementos al nuevo discurso normativo, a través de la medicina científica clínica, la terapéutica que promete curación. Pero finalmente, ambas versiones históricas representan el encierro como el castigo a los que desobedecen; en la moderna, la pobreza y la transgresión siguieron siendo las principales causas del internamiento correctivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario