La locura en la edad media aparece unida al amor, en la
literatura se pelean para saber cuál de los dos es primero, cuál de los dos
hace posible al otro.
¿Quién no ha cometido una locura por amor? ¿Quién no se
ha apasionado o ilusionado por algo o alguien?
Un ejemplo sobre esta cara de la locura lo podemos ver en
la obra de Romeo y Julieta de Shakespeare.
Romeo y Julieta
prueba la ya vieja verdad de que el verdadero gran amor es el amor
imposible. Julieta es impulsada al matrimonio con Paris, un joven noble y de
fortuna. Pero ante este destino se interpone Romeo, quien desencadenará la
tragedia, y por lo tanto, el amor; o a la inversa, que en literatura casi son
lo mismo tragedia y amor: recordar a Heathcliff y Cathy, a Efraín y María y a
una cauda interminable de amores desventurados.
Es la belleza de Julieta la que enamora a Romero. Platón,
en El simposio señala que en el camino ascendente hacia el amor, el hombre se
ve atraído primero por lo exterior, y gradualmente se va elevando hacia otras
esferas. Es por lo tanto, primero un encantamiento, un sojuzgamiento que la
persona amada ejerce hacia el amado. Luego, con la interposición de obstáculos,
el amor crece, como sucede en la leyenda de Tristán e Isolda: el amor cuanto más
imposible, más se magnifica.
Los
enamorados son pintados por Shakespeare como entidades duales: son santos
y son demonios. La dualidad: he ahí uno de los secretos más grandes del amor.
Se inicia el juego
del amor en el que el concepto de pecado se invierte. Gracias al pecado de
haberle rozado la mano, Romeo se permite besar a Julieta. Y para borrar ese
pecado, ahora será Julieta la que pida un beso.
Los
griegos llamaban al enamoramiento "una especie da rabia o locura".
Shakespeare sin duda conocía los textos de los filósofos que lo precedieron.
"El loco
de amor es como un idiota, que corre de acá para allá para meter su juguete en
un agujero", dice Mercucio, amigo de Romeo, que presenta la otra faceta
del amor: un simple subterfugio que oculta que el precio de todo se reduce a la
compra de la carne. Romeo no es tan casto como podría pensarse ni Julieta tan
puritana como algunos quieren interpretar. Romeo quiere solución inmmediata,
pago pronto a las urgencias del amor; Julieta quiere someterse al rito
religioso y a los subterfugios de cuerpo y alma. Romeo es prototipicamente
hombre y Julieta esencialmente hembra. Shakespeare, profundo conocedor de la
naturaleza humana y gran ironista, utiliza a Mercucio para jugar con el
concepto de amor, que enloquece a los hombres y los pone inquietos, hasta que
el amor se consuma de una forma puramente fisiológica: metiendo el juguete en
un agujero. Mucho se le ha reprochado al autor esta tendencia, frecuente en sus
obras, a recurrir a palabras fuertes, a conceptos que aunque ruboricen y
escandalicen a los pudibundos, resultan para espíritus alados ser estrictamente
reales. Hay que recordar que el teatro de Shakespeare se escenificó fuera de
las murallas de Londres, para esquivar los embates de la censura municipal,
dominada por los puritanos y que sus espectadores eran gente basta, que exigía
diversión e incluso realismo truculento. Era, por lo tanto, un teatro fuerte,
atrevido, que disfrutaba criticando y haciendo uso de las debilidades humanas.
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